Miiiraleeeees... Los enagüillas eeeestos: Haciéndose la etapilla de la Señorita Pepis a los tres chozos y que se ríen de mí cuando les llamo y les digo que estamos Enrique y yo en Tirobaaaaarra. Que se creen que les estoy tomando el peeeeeelo... ¡Gañanes!¡Descreídos!¡ENAGÜILLAS!
Que sepáis, Yon-Guaines, que no hay nada mejor que un agradable paseete dominical para calmar los males
catarriles: Seis horas encima de la bici o te matan o te curan todos los
males. Y que ir a pescar boletus cuando aún no ha llovido lo suficiente es cosa inútil (descontando a Domingo, que tiene radar, you know)
Así que, hasta Marichiva, poco os puedo contar, a no ser que Enrique iba tirando de mí y que me costó un montón comenzar a carburar. La primera parada la hicimos en la fuente del Infante, donde nos encontramos a Luis y a Rafa (faltaba Dioni) que venían del Pasapá, que ya sabéis, es su segunda casa ¡qué pisteros son estos chicos! Luis, siempre a la última, me dejó dar las primeras pedaladas de mi vida sobre una 29er. Primera novedad.
Segunda novedad: Me gustó el discreto a la par que elegante timbre que llevaban. Creo que lo voy a proponer como accesorio obligatorio sherpa: muy chic y a la moda. Además imprime carácter. Hace tiempo que el sherpa-Sherpa-cuñao llevaba un timbre, pero no tan elegante. ¡Dónde va a parar!
Al cruzar la portezuela eché un vistazo golosón a la cuesta que lleva a la Peña del Aguilucho. Pero solo con recordar la bajadota del otro lado se me quitaron las ganas (por ahora, eh, que los enagüillas estaban en los chozos).
Pero nuestros pasos se dirigían al lado opuesto, a la Puerta Dimensional que conduce al collado del Tiro de la Barra, a.k.a.Tirobarra. Enrique me había dicho que tenía ganas de conocer el sendero y,, a pecho descubierto, sin track ni ná, guiados por la intuición(?), tiramos fiándonos de que no me despistara en cualquier cruce incluso en cualquier recta. Y no es broma, porque hace poco ya os conté cómo me perdí bajando desde Malagosto al chozo que hay un poquillo más abajo. Como os lo cuento.
No tengo demasiadas fotos, menos mal que ya lo conocéis. Enrique, por su parte, encantado con el descubrimiento.
Y lentos pero sin pausa nos hicimos el camino disfrutando de cada pedalada. Las lluvias del día anterior lo habían dejado en un estado inmejorable, a pesar de los pequeños resbalones en alguna que otra piedra o en alguna que otra raíz. Únicamente sufría cuando pensaba que me había pasado, o que íbamos demasiado abajo, o que el Tirobarra ya no estaba donde yo creía.
Mi instinto arácnido me decía que no podíamos estar mal encaminados, que el sendero no se había bifurcado en ningún momento. Pero cuando un paisaje me de repente me era familiar, diez metros más adelante se me hacía inesperadamente desconocido. Sin embargo, esa sensación no es nueva para un sherpa y como el día era magnífico y las prisas tendentes a cero, todo ello me daba un poquito igual.
Y como Enrique parecía que se fiaba (más o menos) de mí...
Este canchal sí que estaba entre los recuerdos archivados. Correcto. Seguimos en España.
— "¿Y ehto qué eh lo que eh?¿De verdad que sabes ánde estamos, eihn?"
Aquí sí que paramos un rato a pasear. Es el nacimiento del río Moros. Aunque en el mapa aparecen los Ojos del Moros un poco más arriba, literalmente manaba el agua del terreno. Para mí que estos son los veros-Ojos. Precioso lugar en el que un bocata de tortilla fracesa tiene que saber a gloria bendita. De boletus... ¡ni rastro!
Y aquí es donde lo pasé un poquito regular. Ya contaba con la zona de empuja-bike, que era el peaje que había que pagar por disfrutar de auna etapa tan chula como esta.
As usual, las fotos no describen en absoluto lo inclinadísimo de la pendiente. Pero a pasitos cortos y apoyando con cuidadín, al final siempre se llega.
Y como siempre, cuando peor es la cara de tomate estrujado que tienes, va y aparece el consabido grupo de andarines al que tienes que poner cara de "no estoy cansado esto lo hago yo todos los días y los domingos dos veces".
El Tiro de la Barra de los c* está ahí al lado, pero la cuestecita se las trae. Para mi gusto, un poco sueltecilla; tendría que haber llovido una hora más. En ese caso, seguro, no habría echado tanto el pie a tierra. De todas maneras, da igual, porque cuando me puse a patear miré para todos los lados y no había nadie. Y sé que vosotros no os vais a ir de la bocaza (¿verdad que no, keibrons?)
Arriba es cuando hice la famosa llamada telefónica. Después, piscolabis y sesión de fotos, que conste que hemos estado, que la gente en mu mala. Mucho.
Tampoco os creeréis que estuvimos un rato con la Yeni, ayudándola con unos problemas mecánicos (por ejemplo). También nos dijo que tenía unos tirones tremendos en los cuadicepes y en los bicepes, y que agradecería enormemente unos masajes y tal y tal. Pero teníamos prisa y se nos enfriaba la comida, así que la dejamos haciendo unos pucheritos muy monos pero que no torcieron nuestra firme determinación. ¡Pues bueno es un sherpa cuando toma una determinación!
Y es así como iniciamos el descenso por el puñetero pedregal que baja al Corral de las Cabras (Majada el Regajo).
Es aquí donde nos lo tomamos con una inusitada calma. Casi bajamos a la misma velocidad a la que subimos. Bueno, no tanto, pero sí ejercitando el equilibrio y cuidando la rodilla. Y tengo que deciros que también fue divertido.
¡Qué planta! (La del pie izquierdo)
Por la hora que era. Si no, me lo habría subido otra vez para bajarlo de nuevo. ¡Qué rica estaba la bajada!
Un bicho asoma entre la verdura.
¿Es una centella?¿Es un avión? No: es Enrique que ha vuelto. A ver si le engañamos para la próxima, jeje... En las subidas no tiene problema, y en las bajadas... ¡lleva el ritmo que a mí me viene bien!
Preciosidad de Peñalara. La luz de estos días otoñales es especial de lujo. Ya me gustaría tener a mano la Nikon.
Otro bicho maligno.
El corral y el chozo que hay en Majada Muñoveros. Un poco antes nos habíamos cruzado con unos andarines. No me equivoco demasiado si digo que la edad media de ellos podría rondar los sesenta y cinco tacos. Me paran y me preguntan que si por allí se va a Revenga. Les digo que si se ponen brutos, pues que sí; pero que normalmente por allí se llega a Tirobarra, cerca del quinto pino o así. Como el grupo va muy desperdigado, unos se gritan a otros; pero al no haber respuesta, deciden seguir. En fin, estoy tranquilo porque en la prensa del lunes no ví mención alguna al grupo de provectos andarines, así que tranquis toos.
Se me olvidó nombrar a los Tres Abuelos. Bueno. Más adelante, al sumergirnos en la Acebeda, después de hacer un poquito el Flow, descubrimos la reciente fuente de Palominos, 2013. Una más a la buchaca.
Para rematar la jornada, decidimos regresar buscando los senderos que llevan a los Corrales de la Desesperada y de esa forma exprimir lo más posible el bosque.
Mirad la foto. Veréis la curiosa distorsión que provoca un sherpa al pasar al lado de un árbol por recio y gordote que sea. Debe ser algo relacionado con la velocidad y la luz y la teoría de la relatividad o algo así. O que el árbol se aparta por si acaso, de motu proprio. Yo, personalmente, he tenido esa sensación de que un árbol se ha apartado milagrosamente justo antes de estamparme contra él en más de una ocasión. ¿Tú no, sherpa?
Termino la croniquilla con un par de fotos de alguna de las trampas que aún tuvimos que sortear. Por ejemplo, tollas malignas...
...o árboles que ni el mismísimo Pierre Nodoyuna hubiera dispuesto de mejor manera.
Pero, una vez más (¡aquí toco madera!) regresamos sanos y salvos a nuestras guaridas. Y esta vez sin cerveza, que era tarde. La nuestra se la ahorró Ete. Es lo único que me sabe mal de la etapa ;)