viernes, 8 de agosto de 2014

Playas, faros y acantilados - II

Etapa 2. La Estaca y la costa Loiba. Cuando el camino equivocado es el camino correcto

El inicio de esta segunda etapa se me hace un poco complicado, ya que desde el coche no logro acertar con el camino que me conduce al punto de inicio previsto. Soy con el coche como con la bici, pero da igual. Malú me deja para empezar a pedalear exactamente en esté-donde-esté, y ya se enderezarán las cosas. Resulta que esté-donde-esté cae, casualmente, a las mismísimas puertas de la mina Sonia, una explotación de cuarzo que se hace evidente en un vistazo que echo al Google-Earth. Allí, en las mismas puertas, me informan amablemente de que sí, que efectivamente, si tiro to tieso p'arriba, voy como una flecha al faro de Estaca de Bares. Pero que no me pase de frenada, que luego está el mar.



"¡Pues sí que es p'arriba!", pienso mientras gano altura con el molinillo puesto y contemplo a mi derecha en estampa típicamente cantábrica la ría de O Barqueiro. Llevo pedaleando diez minutos escasos y ya estoy sudando como el campeón del mundo de sudar mucho.


Y creo que esa lomita me va a hacer sudar aún más, aunque en la foto parezca de juguete.


Al llegar arriba con un par de palmos de lengua asomando por la boca (y eso que hice un tramo a pie, no se lo digáis a nadie), recupero el resuello haciendo esta panorámica y, ya que estoy, marcando un waypoint en el gepeese con el descriptivo nombre de "SUPU". Yo te bautizo.


Un kilómetro más allá, llego a esta garita, la Garita de Bares. A pesar de su nombre, hay menos ambiente que en la boda de Adán y Eva. Me quedo lo justo.


Lo justo para apreciar en la lejanía lo que parece mi primer objetivo. ¿Lo véis? Allí creo que está el faro de Estaca de Bares (Estaca de Bares, Ortegal y Finisterre en La Coruñaaaaa...)



Pongo este cacho-pedazo de trozo de fotos seguidas en las que recuerdo el camino en este tramo. No tiene otro valor que el del recuerdo personal –como los demás vídeos(?) que pongo en la entrada–. La cámara está tan baja que ni siquiera se aprecian los paisajes que veía yo mientras pedaleaba.


Por dónde se va a la garita ya lo sé, que vengo de ella; lo que no sé es por dónde se va al faro, que no tengo track en esta zona y me lo estoy inventando. ¿Derecha o izquierda? Seguro que es a la derecha, mi instinto arácnido-sherpa es infalible.


Solo tardo tres kilómetros exactos en darme cuenta de que debo de haberme dejado el traje de Spiderman en el tinte, porque la intuición me ha fallado –una vez más– y voy rumbo sur cuando el faro, si es famoso por algo, es por ser el punto más septentrional de la Ibérica Península toda...

...¡TOOOOORRRRPE!

Como sabéis, todo tiene arreglo en esta vida, sobre todo los errores al sherpear: al poco rato me encuentro ante la Villa de Bares. ¡Ohhhh...!


Entablo conversación con un lugareño (manos sobre la garrota, barbilla sobre las manos), lo que me sirve para enterarme de que hoy hace un día estupendo. Le digo que sí, que más de acuerdo no puedo estar, me despido y sigo hasta el siguiente cruce de caminos: ¿Ir directo al faro o dirigirme a la derecha, por una pista empinada (hacia arriba) que se introduce en la oscura vegetación?


Tiré, como supongo que habréis imaginado, hacia la derecha: con ello no conseguí nada más que dos cosas: sudar medio litro más y esta foto.


En fin, peor habría sido quedarme con la duda.

Ya pedaleando hacia el faro, estrecha carreterilla, dejo a mi derecha una estación ornitológica y una base americana abandonada. De esto último me entero después, ya en casa. Resulta que es una base LORAN, fíjate tú qué cosas. Si queréis saciar vuestra curiosidad y tenéis un rato, lo podéis hacer pinchando aquí.

Muy poquito más adelante, asoma la linterna del faro.


Al acercarme a la construcción me encuentro con el único cocodrilo de madera que tiene su propia página en Feisbuc.


No me quedo demasiado, ya he llegado todo lo al norte que podía llegar y no hay mucho que ver.


Salvo quizás estas impresionantes vistas desde el faro, a unos 85 metros sobre el mar. Pero de vistas voy a terminar servido en lo que me resta de mañana, intuyo.


Y este curioso tronco seco de tortuosas formas al que hice unas cuantas fotos. ¡Los vientos que habrá soportado!


Otro cutre-pase de diapositivas rápidas que espero que dentro de un tiempo logre evocarme las sensaciones de estos días, porque está a millones de kilómetros de ser un video-clip de la MTV, je.



Adiós, faro

En el pueblo de Bares ya quiero ceñirme ya al track original, que para eso me llevó varios días de investigación y de corta-pega de los tracks que me parecieron los más "sherpas" de la zona.


Cuando abandono el pueblo por donde me indica el gps intuyo –para estas intuiciones no necesito el sentido arácnido– que este camino no va a ser precisamente el más transitado de esta parte de la costa gallega.


Pues sí que parece que hace tiempo que no pasa nadie por aquí, sí. Pero no es tiempo de darse la vuelta. De perdidos, al río. O al acantilado, quizás...


Desde aquí comienzo a pedalear por los lugares en los que más aislado me he sentido en mi vida, de veras. A la izquierda, ladera, todo vegetación baja. A la derecha, a veces sin verlo, solo oyendo su rumor, el mar.


El camino en ocasiones desaparece engullido por los helechos, aunque más adelante se ve que abre y sigue existiendo. Ganando altura a pasos agigantados, a mi derecha se me va revelando un impresionante paisaje. Disfruto poco de él porque toda mi atención está en el camino: no veo el suelo y en ocasiones está tan empinado que tengo que echar pie a tierra.


Aquí y allá se engancha la Spe con la verdura y llega un punto en el que renuncio totalmente a pedalear. El goteo de sudor es contínuo, casi un chorro. Pienso que esta es una naturaleza noble, que si esto fueran nuestros pinares, ya me habrían picado dos o tres tábanos fijo. O es que aquí los insectos no me tienen fichado. Será ello, oye.


Cuando estoy ya bastante arriba, con la vegetación más baja ya podría pedalear un poco... ¡pero no me da la gana!


Esta es la cara de "no darme la gana".


Tres mil trescientos de metros, uno detrás de otro, para subir hasta los trescientos y treinta sobre el nivel del mismísimo mar Cantábrico. Y parece que esto me suena. No será que va a ser... ¡No puede ser! Resulta que estoy otra vez en "SUPU", donde juré mentalmente que no volvería a subir jamás de los jamases. No quiero malgastar fuerzas en buscar el menú del gepeese en el que cambiar el nombre por algo más gordo y sonoro.

Abajo se ve la cicatriz que deja la mina
Y como no hay mal que por bien no venga, el rato disfrutón de refrescante descenso no me lo quita nadie.


De modo que en diez minutos ya estoy con las fuerzas intactas, baterías al cien por cien para lo que tenga que venir.


Después de unos pocos kilómetros que discurren bien por pistas, bien por ese estrechísimo asfalto que solo encontramos en el norte de la Península y que en ocasiones atraviesa casi por los corrales de las casas que salpican el paisaje, llego sin darme cuenta a la pasarela de la playa de Esteiro.


Larguísima, permite discurrir por encima de las inciclables arenas que cubren la alargada playa que acompaña al río en su desembocadura. Está cortada por obras, pero los operarios me dicen que pase con cuidado, que si no tengo que dar una vuelta tremenda. Más adelante tomo una pista por su margen izquierda y un poco más arriba, entreveo ya la parte más avanzada de la playa entre la vegetación.


¡Esto sí es una playa y no las que salen en los telediarios en agosto! Esos surferos con toda seguridad se lo están pasando teta.


Se me pasa la envidia cuando giro mi cabeza hacia el oeste. Galicia salvaje, Galicia caníbal.



En la parada no puedo resistirme y envío un whatsapp con foto al grupo del Sherpa Loco. Sé que no hay quien los mueva, pero esta sería una etapa perfecta para hacerla todos juntos. ¡Galicia está tan lejos y tenemos tantos años...!



Desde aquí recorro un sendero que discurre pegadito a los acantilados, subiendo y bajando de mirador en mirador, de playa en playa. Maravillosas vistas me acompañan en mi (placentero a la par que sufrido) pedalear. En la foto, al fondo, tengo la referencia de la serra da Capelada que recorreré en la etapa del siguiente día.


Con la boca abierta por las dos razones por las que puedo llevar la boca a bierta, pedaleo rodeado de algunos laureles y robles (carballos), algunos pinos, y demasiados eucaliptos. Después de la de Esteiro, me voy a encontrar con multitud de pequeñas playas salvajes que están literalmente encajadas entre los acantilados y que se cubrirán con las pleamares. De Este a Oeste, estos son los nombres de las más importantes: Picón, O Castro, Fabrega, Furada y O Sarridal. 


Otro engendro más para recordar, más que los paisajes, el terreno por el que fui:




La costa de Loiba es una costa solitaria y salvaje, como sus playas. Recorrerla de esta manera es un verdadero lujo y mientras disfruto de la brisa que evapora el sudor de mi cara, pienso que tengo que volver alguna vez para bajar a alguna de sus playas. He leído en algún sitio que para acceder a alguna de ellas en los últimos metros hay que descolgarse con cuerdas.

Copio de la hemeroteca del Diario de Galicia: "Todo ese trozo del océano, hacia el norte, es poco profundo y no sobrepasa los 11 metros de calado, con el agravante de que está literalmente plagado de piedras, bajos y arrecifes. O sea, un auténtico infierno que solo los habitantes de Loiba se atreven a desafiar en sus frágiles chalanas. Desde tierra dan la impresión, tal cual, de estar navegando en cáscaras de nuez. Sin exagerar ni un ápice."
(...)
"También en medio del mar, a bastante más de media milla, las olas rompen. Se trata de las Pedras Meas, y ahí sí que hay más de 11 metros de profundidad. El problema es que con mareas vivas esas Pedras Meas solo asoman medio metro sobre la superficie. O sea, que parecen puestas ahí para que algún incauto vaya contra ellas. «Non é posible ?comentan en Loiba? porque todo o mundo sabe onde están, mesmo os de Espasante. ¿A quen se lle ocorrería ir a elas en liña recta»".


El mejor banco del mundo. Buscadlo en Internet, lo encontraréis. Siento que hacer fotos aquí es casi ridículo. Hay que estar allí.

Está escrito en el respaldo del banco
La Spe, acobardada, se refugia detrás del banco. Yo intento avanzar para hacer alguna foto más, pero solo llego hasta aquí, porque la sensación de vértigo me vence. ¡Vaya lugar!

No pude pasar de aquí. Ni un paso más.

Lo que os había comentado antes: fijaos en la pinta que tiene el acceso a esta playa (¿Fábrega, O Castro?), a menos de un kilómetros del "mejor banco". La imagen es una captura del GoogleEarth


¡Toma contraste! Leo en algún blog "Es una fusión de hórreo y barco, como deconstruidos". No sé si me horripila o me encanta. La verdad es que las formas y los colores son muy gallegos, pero me parece una arquitectura demasiado arriesgada para estar a 300 metros de la anterior playa.


Sin solución de continuidad, casi sin digerir todo lo anterior, me encuentro con la playa del Sarridal y la curiosamente simétrica peña Furada.

–¡WOW!
Tiene algo de alienígena... ¿Recordáis los más mayores la maquinita de los Space Invaders? ¡A cuántos como éste nos habremos cargado por 25 pesetas!


En este cruce decido no bordear la costa hasta la siguiente playa. Desde aquí voy a ahorrar camino porque se me está haciendo tarde. Al pasar un poco más adelante por una preciosa corredoira o congostra pienso que no me he equivocado.


Playa de Bimbieiro, la menor de las tres de la ensenada de San Antonio, en Céltigos. Totalmente accesible (pasé por sus arenas con la bici) y prácticamente vírgen. ¡Qué lugares!


Después de la playa se asciende rápida y sudorosamente. Al final de la cuesta, como en la cima de casi todas las cuestas gallegas, hay un pequeño cementerio (perfecto el sitio, sí señor; por si acaso) desde el que veo, a la izquierda de la foto, por dónde me habría traído el track y, a la derecha, por donde he venido (sabiamente) yo.


A la velocidad que voy, puedo permitirme fotografiar unas hortensias, de las que están plagadas las casas por las que he pasado estos dos días. Dan, al menos, un toque de color al sufrimiento sherpa.


Desde aquí, ya no paso por Espasante y busco el camino más directo a Ortigueira. Llego en poco tiempo, pero es la parte más aburrida de la ruta, el peaje que tengo que pagar para comer a una hora civilizada.

Malú me espera curioseando en un mercadillo, ya ha buscado una terraza donde comer.

 

El premio de hoy. Lástima que la fuerte evaporación provoque que no llegue a tiempo para hacer la foto con la jarra llena.


Esta clase de etapas se disfrutan, al menos, tres veces: la primera, cuando se está preparando, buscando e imaginando parajes, retos y nuevas sendas; luego, por supuesto, cuando se realiza, sintiendo el viento en la cara y el cansancio en las piernas que, aunque alguien no lo entienda, son parte del placer. Por último, al recordarla, re-viviéndola, volviendo a sentir sensaciones y recordando paisajes.

¡Y a fe que lo he hecho!

Paz p'a tos.



4 comentarios:

  1. Por fin me deja.
    Estoy disfrutando como tu, alguno de esos parajes los conozco aunque no he llegado con tanto sufrimiento , me estoy partiendo de risa.
    Espero próxima etapa.

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  2. ¡¡¡EL ACABÓSE!!! Ete leyendo y comentando una entrada. ¿Qué va a ser lo siguiente?¿Que me den el Nobel de literatura?¿Que la Virgin publique el siguiende LP del sh-Sherpa?

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  3. Muy bonita ruta Juanito, pensaba que no valía la pena esa zona, pero ya veo que sí. Anda que no me ha costado encontrar un rato para leerla. Congrats!

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  4. Y bajando a las playas ya tiene que ser la leche. Estoy empezando la tercera entrada...

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