sábado, 2 de agosto de 2014

Playas, faros y acantilados - I

Etapa 1. La Mariña lucense, para abrir boca

Mira tú que se hace difícil comenzar a escribir cuando se atropellan tantas sensaciones. A este sherpa le gustaría condensar en una sola frase todo lo que disfrutó en este pequeño viaje al norte de Galicia (al norte del norte), pero tendrá (tendré) que comenzar por algún momento, intentar olvidar lo menos posible y, como haría Jack el destripador, ir por partes.

¡Ah! También me perdonaréis la lentitud en publicar estas tres entradas. Si normalmente en los últimos tiempos propendo a la calma –me refiero sólo al escribir y al montar en bici–, estas entradas se me están haciendo más difíciles por la variedad, más que cantidad, de material gráfico (cámara compacta, réflex, GoPro, móviles) y por las vueltas y revueltas que dí por parajes desconocidos para mí y que tengo que revisar, cotejar y confirmar paso a paso. Que la cartografía y la toponimia gallega tienen su aquél.

En la génesis, quería preparar un pequeño viaje recorriendo algunas etapas del Camino de Santiago del Norte por Galicia, pero al ver que los caminos se separaban rápidamente de la costa, se me ocurrió hacer eso precisa y literalmente: la costa. Para ello, y resumiendo, hice cosidos, cortes, empalmes, fritos y refritos de tramos de rutas, sobre todo de Wikiloc, siempre buscando las opciones que bordearan más el litoral, repasándolos en GoogleEarth y en el MapSource, principalmente. Aunque material hay de sobra, para futuros experimentos y/o por si a alguien le interesa (estarían muy bien unas jornadas sherpas, pero ya nos conocemos), a posteriori he encontrado este interesante blog, con mucha documentación, que se puede tomar como referencia: Norte Ibérico de costa a costa.

La primera base de operaciones sherpas estaba establecida en Vivero, y desde allí aprovechamos (mi santa y yo) para hacer en esos días un poquito de turismo, con el que no os voy a cansar, ya que ese no es el objeto de este blog-o-lo-que-sea. Y es que las etapas estaban previstas para ocuparme solo las mañanas: desayunar pronto y terminar a eso de las 2 o tres de la tarde, y comer por los alrededores. Las tardes, además del primer y el último día, libres. ¡¿Qué mejor plan!?

San Martín de Mondoñedo
Playa de las Catedrales
Cruceiro en San Pedro de Vivero


El primer día estaba bien alimentado para lo que fuera que me esperara: mucha proteína marina en la cena y pantagruélico desayuno en el hotel. Además, fijaos qué suerte: Malú me dejaba en el punto de inicio (en este caso, además, ahorrándome 80 metros de subida) y luego me recogería en el de llegada. Y siempre con una sonrisa.

¡¡Gracias Malú!!
En la primera pedalada ya decido no seguir el track previsto, y me desvío en la cuasta que tengo delante y que conduce a la cima del monte Faro. 110 metros de desnivel en 1400, no está mal para comenzar. Y esa vegetación, y esa humedad del ambiente... ¡Galicia pura! Con no más de 20 grados no paro de sudar. Subo describiendo una espiral, y en la cima me encuentro con un mirador desde el cual se divisa la entrada de la ría de Viveiro.


No me entretengo demasiado, que esto no estaba en el menú.


Faro de Roncadoira pone en el cartel que me encuentro bajando. Esa es mi próxima parada. Las carreteras son estrechas pero cuidadas. Sin circulación. Reviradas y sin un tramo horizontal, lo esperado.


Al bajar me doy cuenta de que no entra el plato grande. Cuando lo miro, me doy cuenta de que está exageradamente alabeado, posiblemente debido a un golpe. No lo puedo arreglar sobre la marcha, así que tendré que tirar sin él, aunque no creo que lo necesite demasiado estos tres días.

...

La playa de Esteiro. Primera del infinito número de playas que recorreré en estos tres días. Solo hay unas cuantas personas en lo que parece una clase de surf


El cartel ya me indica por dónde ir, pero es que antes había variado la ruta: en una parada de autobús –una parada rural, de esas que están en "ningún sitio"–, una mujer me había informado de un camino alternativo por el que llegar al faro. Improvisando.


Paso por la aldeíta de Vilachá. Un poco más adelante está el faro. No sé si por ser el primero, es el que más me gustó. Aislado, sin ningún turista, ningún visitante a la vista. Ahora que lo pienso, lo que me queda de estos días y que ha distinguido a estas etapas es la soledad. He saboreado la soledad pedaleando tranquilamente por los densos bosques, por los acantilados... algo que se ha perdido en el Camino, que es lo que en principio quería haber hecho. Se puede disfrutar de esa soledad incluso acompañado de otros. Pero es que en el Camino ya no te puedes librar de la masa.


La soledad no la define la falta de compañía, sino la grandiosidad del paisaje, la infinitud del mar que te acompaña en todo momento, esas nubes que solo las hay así en Galicia...


Si llego a cargar con la réflex, no hago ni cinco kilómetros. Me impongo no hacer demasiadas fotos, que por la tarde y con tranquilidad, ya tendré tiempo. Me encanta. Y esto, sherpas, solo se puede hacer con este tremendo invento llamado bici.


Dice:
Datos Técnicos: Señal Luminosa
Nº Internacional: D-1678.8
Tipo: Faro

Tipo de Marca: TORRE CILINDRICA BLANCA
Altura del Plano Focal (m): 94
Altura del Soporte (m): 14
Características de la Luz: D
Ritmo de la Luz: L 0,8 oc 6,7
Periodo de la luz (s): 8.0
Color de la Luz: BLANCO
Alcance Nominal Nocturno (MN): 21
Estado: En Servicio

Situado en un paraje bravo, rocoso y batido por el viento . El faro sobresale estilizado por encima de las rocas. Desde su base cuadrada, se puede admirar un extenso tramo de costa entre San Ciprián y Monte do Faro.


Illote o Ansarón. To–gris.
Portocelo. Pequeñito, apartado.


Y al poco, en un sube y baja muy gallego, me encuentro con una aldea dedicada a Sherpol, que no nos había dicho nada. Por aquí, aunque no me encuentro con ningún coche, voy muy pegado a la derecha.


La zona que viene es la que más temía, ya que me apartaba de la costa, en una zona que parecía industrial (en los mapas se veía una balsa de decantación o algo así) y tengo que rodar durante tres kilómetros por carretera nacional. Al menos esto me sirve para comprar agua en una gasolinera, que tengo que reponer lo perdido en los goterones tremendos de sudor que me produce este clima. Y, aunque parezca mentira, no me he cruzado con ninguna fuente.

Después del trajín y del ruido del tráfico, adentrarme en San Cibrao (San Ciprián) es una vuelta a la tranquilidad y al disfrute de un bonito paisaje.


El faro está en un extremo del pueblo, en un pequeño alto bastante cuidado.


Desde que llegué, he observado que en Galicia las fincas suelen estar muy bien decoradas y cuidadas. Y en el texto de este cartel –y en el fuerte carácter gallego– encuentro la explicación.


Pasado un polígono industrial, enlazo con una serie de senderos y carriles que son la parte más bonita de pedalear de la etapa. Muy sencillos, rápidos, solitarios y siempre bordeando la costa, sin dejar de ver ni de oír el mar. Es un día tranquilo, pero pienso que me encantaría pedalear por aquí en un día de temporal. Quizás una mini-escapada otoñal...


La línea FEVE Ferrol-Oviedo, a la que voy pegadito desde que me encontré con ella en San Cibrao, me acompañará hasta el final de la etapa. Tendré que atravesarla unas cuantas veces hasta Foz.


Este es el sendero.


Y este.


Praia da Marosa, ya casi en Burela.


Llevo un rato pedaleando/deslizándome por este carril bici. Temperatura ideal, no me cruzo con nadie, suavísimo trazado sin apenas ningún tramo recto u horizontal... Zona de piloto automático para conectar el modo de disfrute sensorial.


Mini-praia de Ril.


Y entro en Burela, pueblo importante.


En Burela pregunto a un amable autóctono dónde se puede comer. Por su prolija explicación, casi mi pregunta pierde el sentido y tengo que volver a preguntar, pero en este caso por la cena. Al final no haría falta, ya que haríamos la comida en Foz.

Con tanto despiste, me cuesta dar con el sendero ribereño, pero soy un sherpa, y la intuición me dice que tire como p'al mar to-tieso. En efecto: aquí está el esquivo carril.


Y retomo la sucesión de playas: Praia do Cantiño, pegadita a la mayor, de Areoura. Si llego a saber lo que me esperaría en la próxima etapa, habría disfrutado aún más de la sencillez de este recorrido casi sin desniveles.


Iglesia de Cangas de Foz. Por el nombre del lugar... poco me queda para el final en Foz.


Al principio pensaba terminar la etapa en Ribadeo o, al menos, en la playa de las Catedrales. Pero como la había visitado la tarde anterior (me había asegurado que la marea estaría baja) y vi que ese tramo final no iba a aportar nada, decidí que iba a para en Foz casi justo a la hora en que el estómago comienza a hacer sus angustiosas llamadas y justo, también, para que mi choferesa particular hubiera tenido tiempo de hacer sus carreritas matinales y luego llegar en coche hasta allí. Todo perfecto y sincronizado.


Uno de los castros que hay en el camino. Este es el de Fazouro, de entre los siglos I y III d.C. Peor fotografía no podía haber hecho.


10 Km más, y ya en Foz. Al final han resultado 55 Km sencillos, variadiños y agradables... para abrir boca.


Abrir boca es lo siguiente que hice (empezando con unas estupendas zamburiñas, las mismas de la foto del principio de la entrada). El resto de la jornada estuvo repleta de actividades sherpas, pero eso ya no os lo cuento, que seguramente tendréis cosas que hacer.

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.