lunes, 16 de febrero de 2015

Fuerza mental, engañifa sherpa

Al casi inapreciable gesto de mi mano, la joven y escultural camarera acudió solícita, con inaudito equilibrio de la repleta bandeja.
— Un mosquito ha caído en mi daiquiri...
— No se preocupe el señorito, en un instante se lo cambio.—Dijo, inclinándose, demasiado poco para mi gusto, para tomar la copa en sus manos. Esa cálida y sensual voz, no sé si me recordaba a... ¿Gracita Morales?
El sol poniente tintaba con arrebolados matices todo lo que la vista abarcaba y aún le quedaban fuerzas suficientes para que las columnas de mercurio llegaran hasta la marquita de los cuarenta y un grados. Este calor pegajoso, los dulzones olores tropicales, el ritmo incesante de esas cumbias que no paraban de sonar... Tal saturación sensorial adormecía mis sentidos de manera que a duras penas notaba los oblícuos rayos que abrasaban mi piel rebozada de crema solar protección veinticinco, a todas luces insuficiente.
Habrían pasado un par de minutos cuando entreabrí los ojos y la vi acercarse reflejándose en la superficie de la piscina del exclusivo resort. Su piel tostada por el sol contrastaba con el azul turquesa sobre el que se recortaba su curvilínea silueta. Con lentos y felinos movimientos depositó el refrescante cóctel sobre la mesita. "¡Clinc...!" Una gota de su contenido saltó sobre mi tableteado y depiladísimo abdomen, confundiéndose con la miriada de gotitas de sudor que lo perlaban en uno de los más cálidos días de este tórrido verano, uno de los más extremos que se recordaban en el Caribe.

¿Desea algo más el señor?— Después de una breve pausa y acompañando sus palabras con un leve y casi imperceptible guiño (imposible que fuera un tic) añadió: 

Lo que sea...
La despedí con un gesto de afectada indiferencia. Mientras se alejaba de mi hamaca y giraba su cuello con estudiado y gracioso movimiento, una cálida brisa hizo volar su negro cabello a lo porqueyolovalgo. Su breve bikini, dos tallas menos, dejaba muy poco a la imaginación. Hice un esfuerzo titánico para convencer a mi mano izquierda para que espantara a la obstinada mosca que hacía rato exploraba los alrededores de mi hombro derecho. Acerté, y me tuve que limpiar con la servilleta que acompañaba al cóctel.

Al levantar la copa, (esfuerzo que me resultó menos titánico) se revelaron en el posavasos unas palabras escritas con carmín y elegante caligrafía: "Libro el jueves. Samantha"
Si no fuera por este calor... —me dije, mientras notaba una extraña humedad¡Upss!¡Y porque en realidad estoy montando en bici!

Una rama golpeándome en el mismísimo ojo izquierdo me había devuelto a la realidad. Me había quitado las gafas porque veía mucho menos con ellas que sin ellas, tanto vaho y tanto barro se había acumulado en la superficie de sus cristales. Y húmedo sí que estaba, sí. Todo el agua del mundo.Vaya etapita!

Doy figuradamente al botón REWIND para contaros que a la cita del domingo por la mañana acudimos Domingo, Pablo y yo. Pablo se nos quiso escapar, que habíamos quedado a las nueve y cuarto (¡qué manía con madrugar tanto!) y se había ido a las nueve y cinco de Kandilandia, con lo que nos tuvimos que llamar y quedar para cruzarnos en el carril bici. El momento del encuentro es el de la foto de aquí abajo.


El día, si no tan frío como los anteriores domingos, sí que era desapacible: viento, lluvia... y el terreno que desde los primeros kilómetros ya anunciaba que no iba a ser el más propicio para la práctica de nuestro noble deporte. Por ejemplo, el estado de las raíces en el famoso paso de la cola del Pontón avisaba de que el que se atreviera a cruzarlas montado se jugaba el tipo.


El Eresma bajaba rabioso. Ni siquiera se veían las piedras de las Pasaderas.


Llovía no demasiado intensa, pero sí persistentemente. El agua corría por los caminos paralelos al cauce del río. Y la alternativa al agua era el barro. Podíamos elegir entre susto o muerte, qué suerte.


Como intuíamos que la nieve no nos iba a dejar subir hoy demasiado, nos dirigimos hacia Valsaín, para seguir el curso del Eresma por la izquierda de la CL-601, por esos senderos tan bonitos como exigentes. Antes de llegar a La Pradera, nos encontramos con que La Chorranca bajaba crecidita. Paramos, observamos y decidimos: Pablo utilizó el método I, consistente en coger suficiente carrerilla, cruzar el río en perpendicular a su curso, levantar las patirracas y encomendándose a la suertellegar lo más seco posible a la otra orilla; Chomin optó por el método II, básicamente, bajarse de la bici y cruzar con cuidadín pisando en las piedras que alguien dispuso sabiamente. Un servidor, más inconsciente (o menos suertudo, según se mire, porque lo de Pablo también pudo haberle salido mal) escogió el método III: quedarse en el mismísimo medio del vado sin poder dar más pedales y meter una de las patitas hasta la altura de la rodilla o, a decir verdad, un palmo por debajo, para que el diablo no se ría de la mentira.


Como dice el cuñado Ignacio, ¡Vaya mierda de botas de gore-tex!: Es meter el pie en el río y estar el resto de la etapa con el "agradable" chof-chof sin dejarte ni un momento, además del frío y calor alternos que van notando en esa desgraciada parte de tu anatomía. Por contraste, al menos, el resto del cuerpo se sentía relativamente bien. Digo "por contraste" y "relativamente".


Tampoco se nota demasiado ese malestar temperaturil cuando andas constantemente preocupado por no perder el equilibrio, por encontrar la trazada con menos nieve blanda (la papucha asquerosa no nos abandonó el resto de la mañana), por no llevarte puestas en la transmisión las miles de ramas que ensuciaban el suelo del bosque o por elegir el barro menos pegajoso, o resbaladizo, o profundo, o traicionero del terreno que se presenta ante ti.


El camino seguía precioso, muchos lo conocéis, pero su estado doblaba el esfuerzo que normalmente hay que invertir en recorrerlo. Además, en más de una ocasión tuvimos que elegir alternativas a los senderos porque no había manera de ciclarlos. Cada vez que intentábamos ganar altura hacia la izquierda, teníamos que volver a bajar a los senderos más pegados a la carretera: imposible subir.


Y aunque las fotos, como siempre, reflejen los momentos en los que nos tuvimos que bajar, que fueron puntualmente muchos, os aseguro que pedaleamos casi todo el tiempo. En algunas zonas la nieve aguantaba más de lo que habíamos pensado. Y la nieve que había estaba demasiado blanda como para poderla transitar. Sin embargo, las más de las veces encontrábamos unas huellas o un regato que la había derretido y que nos permitía, si conteníamos la respiración y apretábamos los dientes, pedalear más o menos aceptablemente. Aquí, no:


Seguía lloviendo y a estas alturas estábamos completamente empapados. El agua nos llegaba desde arriba con la lluvia, desde abajo con las salpicaduras de charcos, barro y la nieve, que también salpicaba. Desde dentro también llegaba la humedad, que el sudor, por mucho gore-tex y mucha leche que lleváramos, llevaba ya un rato largo, hora y pico, acumulándose. Y si nos cambiábamos ahora, en unos minutos íbamos a estar en las mismas, así que...

 
La única solución era no parar. E intentar pensar en hamacas, playitas y sol, mucho sol.


Pero tuvimos que parar un rato. Aquí tenéis a los sherpas como a la simpar María del Monte, a la sombra de los pinos. Poco tiempo nos hizo falta para darnos cuenta de que nos mojábamos más debajo del pino que pedaleando, así que retomamos la marcha con santa resignación. Que al fin y al cabo nadie nos había obligado y que sarna con gusto no pica.


Fijaos cómo está el bosque después de la nevada: Esto era el camino.


Fijaos, también, en lo tonto que puedo llegar a estar: por componer un poco la imagen voy a una mano mirando por el visor, me voy echando un poco a la izquierda, por donde más barro hay y sin darme cuenta de que por poco me llevo el pinocho que véis tirado en el suelo ¡pero que yo no vi!.


A medida que nos acercamos al Puente de la Cantina, la cosita se va poniendo peor. Pero nos habíamos propuesto llegar y ya sabéis lo cabezotas que son estos dos (que yo no).



La última cuesta abajo, siendo cuesta abajo, como su propio nombre indica, era imposible de pedalear. Así que la gente que estaba dentro de los coches aparcados (¿qué hacían ahí, parados, sin moverse?) o los que estaban dentro del autobús, pensaron que los sherpas nos estamos ablandando, que ya no somos capaces ni de hacer una cuesta abajo con nieve encima de la bici.


Le dije a Chomin que escurriera mis guantes, que quería hacer una bella instantánea del momento del escurrimiento. Esta es.


Y la confirmación de que el mundo (la sierra) es un pañuelo: En ese punto y en ese momento nos juntamos los que posiblemente fuéramos los únicos inconscientes que salimos a la sierra serrana este domingo: David...

Aparte de los de la flaca del fondo, que también ya les vale...
...y Eusebio, kamorkas descarriados.

Estaban haciendo lo mismo que nosotros, pero en sentido contrario. Y aunque unos a otros nos contamos lo que nos esperaba, nadie desesperó.


Chomin, previendo lo que aún nos aguardaba, sacó de la bolsa de Spot Billy unos pantalones impermeables impecablemente planchados con su raya enmedio y todo. La sherpez (a veces) no está reñida con la elegancia.


Y esos soto-guantes que se puso... Lo hizo con una pericia tal que un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Muchos de los que rebasáis la cuarentena sabéis de qué estoy hablando.


A la altura de las ruinas de la antigua venta de los Mosquitos se ve bien lo empapados que estamos. Ya no servía pensar en Cancún, ni en daiquiris, ni en ná de ná. A lo que estamos: a disfrutar sufriendo.


Pero es que todo eran contratiempos: ¡quién habrá puesto aquí este puñetero árbol, en lo mejor del senderete!


Hoy el Eresma ha cambiado su nombre por Orinoco. Y da gusto oírle cómo baja. Y también, si lo pensamos, miedo. Porque a saber cómo van a ser los próximos días con el deshielo tal como está el Pontón. A ver...


Durante bastante rato pedaleamos todavía con dificultad, pero llegó un momento en el que aunque agua, nieve y barro no dejaran de ser protagonistas, el pedaleo se nos hizo más agradable.


Bueno, no siempre ;)


No puedo deciros cómo me pesaban a estas alturas de etapa los pantalones, saturados de agua como estaban. Al final no lo hice, pero pensé en pesar la ropa al llegar a casa para luego restar lo que pesara seca. Pero llegado el momento, las prioridades fueron clarísimamente otras.


¿Veis aquí como vamos? en otras circunstancias nos habría parecido un terreno desagradable como poco, pero hoy nos parecía lo mejor del mundo. Tanto es así que no paré de hacer fotos. Movidas... pero totos.




Incluso me hice la cuesta a una mano y sin cambiar. Me lo tengo que hacer mirar.


Aquí, sin exagerar, estaríamos desarrollando velocidades de hasta 10 kilómetros por hora, no os digo más. Pletóricos que estábamos, ya sin nieve.


Hice foto, muy mala, por cierto, además de los manchurrones y gotarajas en el objetivo,— hasta en lugares donde nunca antes había sacado la cámara, y menos con los guantes empapados y los dedos insensibles: el sendero de los camiones.


Vista de las praderas en Valsaín. Ahora que lo pienso, esta es una de las pocas fotos que hice parado. Esta y las dos que vienen después.


El embalsillo que hay, parece que rebosa por uno de sus laterales.


Allí mismo, vi, en la hierba, un agujero que no había visto antes. Se trata de un tubo metálico con tapa, y no sé lo que es. ¿Alguien lo sabe?: ¿Un registro? ¿Un testigo? No me imagino que pueda haber algo debajo. Como no sea un respiradero de las calderas de Pedro Botero...


De nuevo, el dilema del paso de La Chorranca. Primero que pasen los caballos, que se asustan.

 
Luego pasó Sherpol, con un estilo no demasiado elegante pero sí práctico.


Domingo... ¡por poco!


Y yo, que no me pude hacer un selfie, que no llevaba palo. Pero pasé bien. Aunque ya me habría dado lo mismo meter el pie, que más empapado no podía estar.

Y más fotos, que me aburría de pedalear tan fácil.


Aquí sí que ya no pude: torpe o poco previsor, un metro más adelante me tuve que bajar, que con la mano libre no pude cambiar de piñón.



¡Ah, mira, esta también la hice parado!



Y poco más que contar, salvo que el desagradable carril bici se hizo más desagradable debido al viento que soplaba de frente. Uno de los contadísimos días en los que terminas pensando que si no hubieses salido, no habría pasado nada.


Habrá que decir a Pablo que se compre un salvabarros nuevo, que si intenta pegar el que rompió poco le va a durar. Y que a la vista de las fotos, es bastante necesario y útil.



Porque antes de meter en la lavadora el pantalón, seguro que tuvo que utilizar un cortafríos o un cincel para despegar toda esa porquería, que lleva la sierra entera en el culo. Y del calzoncillo (ruego al cielo bendito que llevara ropa interior, no me puedo imaginar lo contrario) ni hablamos. Aunque no me imagino un tema con menos interés que la ropa interior sherpa. Bueno, si exceptuamos la biografía comentada de Paquirrín.


Frío, agua, nieve, barro, penurias, culos sherpas... Vaya crónica que me ha quedado. ¡Con lo que prometía!

Al llegar a casa, lo primero fue quitarme toda esa ropa empapada, luego una ducha calentita y nada de daiquiris ni mariconás... ¡Malú, vamos a abrir un par de cervecitas!

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.